Recuerdo el inestable
momento en que sus labios se acercaban a mis lunares en dirección a mi boca; la
presión aumentaba, su respiración se tornó distante, pero yo apenas y podría
controlar la euforia que me producía tenerlo allí. Mi corazón aceleró
rápidamente sus pulsaciones y de repente las ansías brotaron; un roce entre sus
labios y los míos produjo un éxtasis tan intenso dentro de mi cuerpo, que al
intentar tocar su lacio cabello con mis dedos se volcó en un mágico instante,
que terminó –como lo precisé- en un delgado pestañeo, una sonrisa por parte mía
que daba a expresar el montón de sentires que mis labios no podían pronunciar. Fue
entonces cuando vi reflejada en su cara una felicidad, procedí a despedirme con
una frívola mirada y la sonrisa que antes habitaba la cara más enamorada de las
primaveras tan floreadas y los veranos tan ardientes cambió, para darle un giro
drástico al místico momento.
Agarré los zapatos, tomé el libro que había citado tantas
veces la noche en proceso y mientras escuchaba el tintín que producían sus
objetos en una búsqueda que parecía interminable por las llaves; yo entrelazaba
mis cordones, amarraba mi cabello y me disponía para partir.
¿Puedo acaso estar engañando de esta manera a dos
hombres? Pues sí, era cierto que lo hacía ¿Cómo podía ser real, luego de tantos
años, que mi gran acompañante de vida pudo cansarme de esta manera? Él y yo compartimos
casi todo, le he besado, amado y tenido desde hace mucho tiempo atrás.
Sinceramente no sé a qué punto llegué a relacionarme con ese pequeño muchacho
que me hacía sentir tan distinta. Sus mejillas tan rosadas, tersa piel y tan
poco conocedor del mundo exterior; era un joven de tan corta edad, cualquiera
que me escuchara diría que he enloquecido.
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